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Ese olor a café en mi nariz despertando mis vellos rizándose a su cuerpo tienen un sentido, y es que me despierta; despierta mis ganas, mi alma, mi sonrisa, mis odios, mis frustraciones y hasta mi sueño. Se endereza mi sentido al toparse con su versión horizontal con su nariz señalando mis intenciones y sus ojos con una vaga estética dulce que intenta enmascarar una pronunciada amargura…como el café.

Ella es mi café y sabe a mañana de madrugón reencarnando nuestra juventud, mezclando noches y días, lo que no sabe es que no sólo me gusta su pelo revuelto en mis manos ni su sudor camuflado en saliva perdida en un campo de batalla sin minas y sí con temblores, con dunas y trincheras en las que escondernos si queremos atacar al sol una mañana más. Cuando se parchea la luz en su cuerpo se forma Pangea donde me apetezca y se vuelve el centro de la vida terrestre y el interés de la marítima y cuando no, sólo los buhos y yo conocemos la respuesta en nuestro páramo en el que reina un eterno zumbido que parte de todo reencuentro que nunca debió producirse.

Y, cuando todo acaba, ella me enreda con su pelo y saca una lima para quitarme las asperezas. Ella es mi droga y, sin traficar con ella, sé que me hace rico.

 

Sólo me dijo «Si tú consigues arreglar mis fuentes de ansiedad te regalo el mundo» y fui a poseerlo.